viernes, 12 de enero de 2007

Con un oído puesto al evangelio y otro al pueblo.


“El que murió peleando, vive en cada compañero”. Los Olimareños.

Mientras el Pelado se despedía de la monjas, con promesa de pronto regreso, Arturo acomodaba algunas cosas dentro de la camioneta, lo hacia con una displicencia que no lo caracterizaba. En su mente, los pensamientos que hacia días no lo dejaban dormir, estaban alborotados, sabía que el viaje de regreso era la oportunidad para hablar con el Pelado sobre ellos.
Si bien se habían ordenado con un año de diferencia, Arturo admiraba al Pelado, en el veía plasmada la idea de iglesia que compartían, una iglesia sin mayúscula, que debía hacer del hombre común, concreto, el objeto de sus desvelos. El Pelado era aquel de las grandes peleas, luchando, codo a codo con los aceituneros, contra los latifundistas de la Provincia, pero también era el del saludo a mano grande, que recibía a todos con la misma sencillez, de la sapiencia necesaria para los pagos en los que falta todo y se consigue poco, y a veces nada.
Arturo todavía recordaba el ceño fruncido del Pelado, durante los sepelios de los Padres Gabriel y Carlos, y en el del catequista Wenceslao, fueron tardes tristes, se despedía a unos amigos y se respiraba la certeza de que no serian los últimos. Ese ceño fruncido persiguió la verdad, encerrado en una pieza se entrevisto con la gente del lugar, anoto todo y logro reconstruir las ultimas horas del Padre Gabriel y del Padre Carlos, como los secuestraron y como aparecieron sus cuerpos cubiertos por frazadas del Ejercito. También había logrado confirmar que se escondía detrás del fusilamiento, en la puerta de su casa, de Wenceslao. El fruto de esas horas de encierro, se encontraba en una de las maletas que Arturo acomodo dentro de la camioneta.
La investigación del Pelado no había descubierto grandes cosas, en verdad solo había confirmado lo que no querían ver algunos. A los Padres y al Catequista los había matado el Ejercito, el Pelado aprovechando su buena relación con el papa Pablo VI pensaba presentarle una denuncia seria y documentada. Las horas del Pelado estaban contadas, él lo sabia y Arturo también.
Mientras Arturo saltaba de pensamiento en pensamiento, el Pelado se había despedido, y ponía en marcha la camioneta. Arturo permaneció en silencio algunos minutos, por su mente, miles de palabras acudían al llamado de encontrar las indicadas para iniciar la conversación. El Pelado rompió el silencio,"Dios no quiere hombres resignados", esas palabras, tan del Pelado, lograron despertar del silencio a Arturo," no es resignación, es miedo".
El dialogo siguió entre confesiones, dolores y silencios profundos. Solo se vio perturbado cuando Arturo le propuso al Pelado que aceptara algunas de las invitaciones que tenia, que abandonara el país. El Pelado mirando a los ojos a Arturo, con el tono adquirido por la sabiduría, rechazo esa idea de plano diciendo: "Es a mí a quien buscan; si me voy, me van a matar las ovejas.". Arturo quedo en silencio, su garganta se había anudado, la idea de no contar con la presencia del Pelado lo angustiaba," Te van a matar, no les des el gusto", dijo con una voz entrecortada, al borde del llanto."Si me matan es porque, para el Señor, mi obra ya está terminada", dijo el Pelado mientras por el retrovisor veía como un Peugeot 504 blanco se acercaba a toda velocidad. La ruta esta vacía, la camioneta avanza a una velocidad media, el Pelado es un cauto conductor, el auto blanco avanza peligrosamente. Arturo se asusta, el Pelado le susurra "¿Y qué quiere éste?".El acompañante con un miedo que lo paraliza de pies a cabeza, logra divisar un rostro difuso, en el auto que ya esta a la par de la camioneta. El Peugeot 504 hace una maniobra brusca, como invitándolos a la banquina, cerrándoles el paso. El Pelado frena bruscamente, se escucha un estallido y la camioneta empieza a dar tumbos. Arturo golpea su cabeza varias veces y pierde el conocimiento, recién lo recuperara en Córdoba, cuando un amigo acude a darle la mala noticia. Ese día Arturo se anticipa, y con las dificultades que la mandíbula partida le da, murmura… “Mataron al Pelado”.

* * *

El 4 de agosto de 1976, el cuerpo sin vida del obispo Enrique “el Pelado” Angelelli, es encontrado a 25 metros de la camioneta donde viajaba. Su cuerpo en posición de cruz, brazos extendidos, talones juntos, esta rodeado por un charco de sangre, su sangre, su nuca presenta un golpe de suma importancia, el tiro de gracia quizás.
Los papeles que atesoraba el maletín de Angelelli, fueron devueltos a los cinco días, con evidentes signos de haber sido revueltos. Esto se debe a su previo paso por el despacho de Harguindeguy (ministro del Interior de la dictadura), que los recibió en una carpeta que decía "Confidencial".
Años más tarde, Amado Menen, el tío del anticristo y administrador de la bodega familiar, declarara “Él se la buscó. Era un comunista”, en relación a la persona de Angelelli, a quien el llamo “Satanelli”, en tiempos en los que el obispo fue corrido a pedradas por bodegueros riojanos, los dueños de aquella zona. El obispo corrido a piedrazos por los dueños de la tierra, por estar del lado de los que quieren dignamente trabajar la tierra… Con esa imagen lo recuerda una provincia que llora su ausencia a 30 años de su asesinato.


Sebas Zabalia.